Anansi

Yo soy Anansi, el tejedor de hilos y creador de telas. Desde tiempos inmemoriales, he sido adorado como El Dios de las Hilos y las Telas en la mitología africana. Mi historia es una amalgama de batallas, viajes y desamores, un tapiz tejido con la esencia misma de la vida.

Mi existencia comenzó en los albores del tiempo, cuando los dioses aún danzaban entre las estrellas. Mi madre, Nyame, era la diosa del cielo y me enseñó los secretos de los hilos celestiales. Desde niño, quedé fascinado por el arte del tejido y aprendí a crear telas que reflejaran la luz y la oscuridad, el amor y el dolor, el nacimiento y la muerte.

Con el tiempo, mi fama como tejedor se extendió por todo el continente africano. Los reyes y los líderes tribales me buscaban para que tejiera telas que representaran la grandeza de sus imperios y la sabiduría de sus ancestros. Me convertí en el confidente de los poderosos y en el consejero de los sabios.

Mi habilidad para tejer hilos invisibles también me llevó a ser conocido como el astuto tramposo y el engañador de los dioses. En mis batallas con otros seres divinos, siempre usaba la astucia y la inteligencia para vencer. Fue así como obtuve el título de El Dios de las Artimañas, una faceta de mi personalidad que también era respetada y temida.

En uno de mis viajes, conocí a Kwaku, el guerrero valiente. Kwaku era un hombre noble y leal que luchaba por proteger a su tribu de los enemigos que amenazaban su paz. Al ver su valentía y determinación, decidí tejer una tela especial para él, una que lo protegería en sus batallas y lo guiaría en su búsqueda de justicia.

Con el tiempo, Kwaku se convirtió en mi amigo más cercano, y juntos enfrentamos desafíos y enemigos que se interponían en nuestro camino. Fue en una de esas batallas que conocí a Asha, la diosa de la belleza. Su figura era tan deslumbrante como el sol y sus ojos reflejaban el brillo de la luna.

Asha fue la primera diosa en capturar mi corazón. Cada vez que la veía, mi mente se llenaba de ideas para tejer las telas más hermosas y delicadas en su honor. Pero mi amor por Asha era un desamor, ya que ella solo veía en mí a un amigo y consejero.

Después de enfrentar la realidad de que mi amor por Asha no sería correspondido, decidí emprender un viaje en solitario para encontrar respuestas sobre mi propósito y destino. Viajé a lo largo y ancho del continente, visitando las tierras más remotas y las ciudades más bulliciosas.

Fue en un remoto templo sagrado donde conocí a Kwesi, el sabio anciano. Kwesi era un hombre de avanzada edad, pero su sabiduría era eterna como las estrellas. Me habló sobre el equilibrio del universo y cómo cada hilo en el tapiz de la vida estaba entrelazado con los demás.

Sus palabras resonaron en mi corazón y encontré el propósito que había estado buscando. Comprendí que mi habilidad para tejer hilos y crear telas era un don divino, una herramienta para unir a las personas y los dioses en una red de conexión y comprensión.

Con esta nueva comprensión, regresé a mi hogar y continué tejiendo telas que reflejaran la belleza y la complejidad de la vida. Me dediqué a enseñar a otros mi arte, para que pudieran encontrar su propia voz a través de la creación de telas únicas y significativas.

En mi corazón, el desamor por Asha se convirtió en una chispa de inspiración, una fuente inagotable de creatividad. Cada tela que tejía llevaba una parte de mi amor no correspondido, y esa energía se reflejaba en cada hilo y cada patrón.

Hoy, mi legado vive a través de los tejedores y artistas que he inspirado. Mi historia es una de luchas y desamores, de encuentros y despedidas, pero sobre todo, es una historia de amor por el arte y la vida misma.

Así que tejo y tejo, creando un tapiz que perdurará a lo largo de los siglos, recordando a todos que somos parte de un mismo hilo, entrelazados en el tejido de la existencia, con cada tela que creamos, con cada historia que contamos y con cada amor que compartimos.

Fuente: Tedigoquien.soy