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ShangoShango

El dios del trueno y la justicia

Categoría: Africana

Shango

Mi nombre es Shango, y en los tiempos antiguos, me veneraban como el dios del trueno y la justicia en las tierras de África. Desde lo alto del monte sagrado, gobernaba con sabiduría y fuerza sobre mi gente, protegiéndolos de los peligros que acechaban en la selva y asegurando que la justicia prevaleciera en cada rincón de nuestro reino. Pero mi historia no siempre fue la de un dios, una vez fui un guerrero mortal con sueños y ambiciones.

De joven, me destacaba entre mis compañeros por mi valentía y destreza en la batalla. Luchaba con pasión y honor, siempre dispuesto a proteger a los débiles y oprimidos. Mi fama como guerrero se extendió por las tierras vecinas, y mi nombre fue conocido en cada aldea. Pero en mi corazón, anhelaba algo más que la gloria y el reconocimiento.

Fue en una noche tormentosa cuando mi vida dio un giro inesperado. Mientras me refugiaba de la lluvia bajo un árbol centenario, una luz cegadora me envolvió. Frente a mí se encontraba la figura de una mujer de belleza sobrenatural, con cabellos dorados como el sol y ojos tan profundos como los océanos. Era Yemoja, la diosa del agua y la fertilidad.

Yemoja me habló con una voz suave pero poderosa, revelándome mi destino y propósito en esta vida. Me dijo que estaba destinado a convertirme en un dios, un protector de mi gente y un símbolo de justicia en la tierra. Al principio, dudé de mis propias capacidades para tal empresa divina, pero la presencia de Yemoja me llenó de confianza y determinación.

Bajo su tutela, atravesé pruebas y tribulaciones que me llevaron al borde de la muerte y más allá. Me enfrenté a criaturas sobrenaturales, desafíos mentales y la tentación de abandonar mi camino. Pero con cada prueba superada, me volvía más fuerte y más cercano a la divinidad que me esperaba.

Finalmente, llegó el día de mi transformación. En lo alto del monte sagrado, fui recibido por los dioses y diosas de las alturas, quienes otorgaron su bendición y poder sobre mí. Los truenos retumbaron en el cielo, y los relámpagos danzaron a mi alrededor, marcando mi ascenso a la divinidad. Me convertí en Shango, el dios del trueno y la justicia.

Como dios, mis deberes eran muchos y variados. Guiaba a mi pueblo en tiempos de paz y guerra, impartía justicia a aquellos que la merecían y castigaba a los malhechores con mi poderoso trueno. Pero también descubrí la soledad que acompañaba a la divinidad. A pesar de estar rodeado de adoradores y seguidores, me sentía distante y separado de la humanidad que una vez había sido parte de mí.

En medio de mi divinidad, me permití experimentar el amor y la pasión humana. Me enamoré de una hermosa mujer mortal llamada Oya, cuya valentía y sabiduría rivalizaban con la de cualquier diosa. Nuestro amor era apasionado y profundo, pero también estaba destinado a la tragedia. Oya anhelaba la inmortalidad que yo poseía, mientras que yo ansiaba la humanidad que ella representaba.

El dilema entre el amor y la divinidad me atormentó durante años, y finalmente tomé una decisión dolorosa. Renuncié a mi estatus de dios y descendí nuevamente a la mortalidad, eligiendo vivir una vida con Oya y experimentar todas las alegrías y penas que la existencia humana tenía para ofrecer.

Vivimos como simples mortales, enfrentando los desafíos de la vida cotidiana y disfrutando de los pequeños placeres que la vida nos brindaba. Aunque no poseía la inmortalidad divina, encontré una riqueza en la experiencia humana que nunca había conocido antes.

Después de muchas décadas juntos, Oya partió en un viaje al más allá, dejándome solo una vez más. Pero esta vez, no sentí la soledad abrumadora que había sentido como dios. Sabía que nuestra conexión trascendía los límites de la mortalidad y que algún día nos reuniríamos nuevamente en otro plano de existencia.

Hoy en día, me encuentro en lo profundo de la selva, retirado del mundo de los mortales pero siempre vigilante sobre mi pueblo. Mi historia como Shango, el dios del trueno y la justicia, perdura en las canciones y leyendas de mi gente. Y aunque ya no camine entre ellos, mi espíritu sigue presente, guiándolos en tiempos de necesidad y protegiéndolos de los peligros que acechan en la selva.

Desde lo alto del monte sagrado, contemplo el devenir de la humanidad y me maravillo de la complejidad y la belleza de la vida. A través de mis aventuras y encuentros, aprendí que la verdadera divinidad reside en el amor y la compasión hacia los demás, en la búsqueda de la justicia y la armonía con la naturaleza. Y aunque mi forma mortal ha desaparecido, mi esencia divina perdura en cada corazón que cree en la justicia y la bondad.

Fuente: Tedigoquien.soy


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