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Tama-nui-te-rāTama-nui-te-rā

El dios del sol

Categoría: Maori

Tama-nui-te-rā

Yo soy Tama-nui-te-rā, el dios del sol en la mitología maorí. Mi historia es un tejido de perdón, honor, deseos y amores que han iluminado el cielo y la tierra desde tiempos inmemoriales. Como dios del sol, mi propósito es llevar luz y vida a todos los rincones de Aotearoa, la tierra de Nueva Zelanda, pero también he vivido momentos de sombra y oscuridad en mi existencia divina.

En mi camino como Tama-nui-te-rā, he aprendido el poder del perdón. Cuando la noche envuelve la tierra y el frío abraza a la humanidad, permito que la luna y las estrellas brillen en el firmamento, compartiendo así el cielo con otros seres divinos. He aprendido a perdonar a la noche por cubrir mi luz, ya que entiendo que también tiene su propósito en el equilibrio de la naturaleza.

Mi honor como dios del sol me ha llevado a cumplir mi deber con devoción y responsabilidad. Cada día, me elevo sobre el horizonte para traer la luz y el calor que dan vida a la tierra. Mi presencia es un regalo para todos los seres vivos, y mi ausencia es una oportunidad para la reflexión y el descanso. A través de los siglos, he honrado mi compromiso de iluminar el mundo, incluso en los momentos más oscuros y desafiantes.

Mis deseos como Tama-nui-te-rā son simples y puros. Anhelo que la humanidad encuentre la sabiduría para apreciar y respetar la naturaleza. Sueño con que cada rayo de sol que toca la tierra despierte el amor y el cuidado hacia todas las criaturas que la habitan. Deseo que la armonía reine en el mundo, y que los seres humanos encuentren la paz en su corazón al contemplar el amanecer y el ocaso que cada día les brindo.

Pero mi historia también está marcada por los amores que he conocido en mi eterno transitar por el cielo. Uno de mis más grandes amores fue Hina, la diosa de la luna. Nuestro romance se desplegó en un baile cósmico que llenó el firmamento de un resplandor celestial. La noche y el día se entrelazaban en una danza eterna, reflejando así el amor que nos unía en una conexión divina.

Sin embargo, nuestro amor también se enfrentó a desafíos. La luna anhelaba brillar con luz propia, y a veces sentía celos de mi esplendoroso resplandor. A pesar de ello, nos complementábamos en la dualidad de nuestros destinos, aceptando que cada uno tenía un papel único en el equilibrio de la naturaleza.

Como Tama-nui-te-rā, he sido testigo de la belleza y la fragilidad de la vida humana. Cada día, contemplo a los maoríes mientras honran mi presencia en rituales y plegarias. Me conmueve ver cómo encuentran en mi luz una guía para sus vidas, y cómo expresan su gratitud en cada amanecer y atardecer.

He sido testigo de sus alegrías y tristezas, de sus triunfos y derrotas. En sus momentos más oscuros, he sido su faro de esperanza, recordándoles que después de cada noche llegará un nuevo día lleno de oportunidades. Su fe en mí me ha dado fuerzas para seguir cumpliendo mi propósito divino con determinación y pasión.

Como dios del sol, también he sido testigo de los cambios que han transformado la tierra a lo largo de los milenios. He visto montañas levantarse hacia el cielo y ríos abrirse paso en la tierra. He sido testigo de la vida floreciendo en todas sus formas, desde las más pequeñas flores hasta los majestuosos bosques.

He observado cómo los maoríes se han adaptado y evolucionado junto con la naturaleza, aprendiendo a vivir en armonía con el entorno que los rodea. Su sabiduría ancestral ha sido una inspiración para mí, y he aprendido valiosas lecciones de humildad y respeto a través de su conexión con la tierra y sus ciclos naturales.

En medio de mi perenne travesía por el cielo, también he conocido a otros dioses y seres divinos. Algunos han sido aliados que me han acompañado en mi misión de iluminar la tierra, mientras que otros han sido rivales que han desafiado mi poder y mi propósito.

Entre los dioses, he conocido a Tangaroa, el dios del mar. Nuestro encuentro fue un ballet celestial en el que nuestras energías se entrelazaron, creando mareas y corrientes que gobiernan los océanos. Aunque nuestras esencias son distintas, encontramos un equilibrio en nuestra relación, respetando y celebrando la importancia de cada uno en el ciclo de la vida.

Pero no todos los encuentros con otros dioses fueron armoniosos. He enfrentado desafíos de aquellos que intentan usurpar mi poder o desequilibrar la naturaleza con su ambición. En esas batallas celestiales, he defendido con fiereza mi lugar en el firmamento y el bienestar de los maoríes que dependen de mi luz y calor para subsistir.

En cada victoria y derrota, he aprendido que mi poder como dios del sol radica en mi capacidad para perdonar y honrar la diversidad que existe en el universo. He aprendido a abrazar la dualidad de la vida y a encontrar belleza en la armonía de sus contrastes.

En mis amores, en mis deseos, en mi lucha por mantener el equilibrio y en mi poder para perdonar, he encontrado la esencia misma de mi existencia como Tama-nui-te-rā, el dios del sol. Cada día, renuevo mi compromiso de iluminar el mundo y de guiar a los maoríes en su camino hacia la paz y la armonía con la naturaleza.

Con cada amanecer y atardecer, llevo en mi corazón los sueños y esperanzas de quienes veneran mi presencia divina. Soy testigo de su amor y gratitud, y sé que mi luz seguirá iluminando sus vidas y sus corazones por siempre.

Así como el sol nunca deja de brillar, yo, Tama-nui-te-rā, seguiré cumpliendo mi destino con honor y devoción, tejiendo en el cielo una historia eterna de amor, perdón y luz que iluminará los días y las noches de la humanidad hasta el fin de los tiempos.

Fuente: Tedigoquien.soy


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