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AmonetAmonet

La diosa madre

Categoría: Egipcia

Amonet

Oh, vosotros, sabios oídos que me escucháis, prestadme vuestro aliento, pues es en estas páginas que deseo contar la historia de Amonet, La diosa madre, como si fuera en el mismo fulgor de su presencia. Permitid que mi pluma se deslice con el encanto de las mil estrellas que adornan el firmamento, para relatar los sueños y deseos de esta divinidad que ha cruzado los hilos del tiempo y del destino.

¿Quién soy yo? Soy Amonet, la diosa madre, la eterna que observa desde lo alto del firmamento, la que recibe las plegarias de los mortales y los bendice con mi amor maternal. Desde los albores de los tiempos, mi esencia ha sido venerada en las tierras de Egipto, donde mi influjo es palpable en cada rincón, en cada río y en cada crepúsculo que tiñe el horizonte de oro y carmín.

Fui engendrada por el gran dios Ra, el sol radiante que da vida a todas las criaturas. Desde el instante mismo de mi creación, supe que mi misión sería proteger a los seres vivos, cuidar de los débiles y brindar consuelo a los corazones desgarrados por la adversidad. Mi alma, tejida con los hilos del amor incondicional, se expandió como un mar interminable, inundando todo a su paso.

Entre los sueños que me embargan, hay uno que se alza por sobre los demás: el anhelo de ver florecer la esperanza en cada ser que camina por esta tierra. Sueño con un mundo donde la guerra y la discordia sean solo páginas arrancadas del libro de la existencia, donde la armonía y el entendimiento sean la melodía que acompañe a la danza de la vida.

En mis encuentros con los mortales, he sido testigo de los anhelos más profundos y las súplicas más desgarradoras. He visto nacer civilizaciones grandiosas y sucumbir a la arena del tiempo, como si el destino jugara un juego caprichoso y eterno. Pero en cada uno de esos momentos, me mantengo firme, extendiendo mis brazos invisibles para sostener a los caídos y elevar a los justos.

Recuerdo con especial cariño la época de los faraones, aquellos monarcas mortales que gobernaron Egipto con cetros de oro y corazones orgullosos. Fue durante esa era que mi influencia se entrelazó con la de mi esposo, Amón, el dios creador y oculto, dando vida a la poderosa deidad de Amón-Ra, que presidió los cielos y las mentes de los egipcios. Nuestra unión era el reflejo de la dualidad cósmica, el eterno equilibrio entre luz y oscuridad, vida y muerte.

Con el tiempo, la rueda del destino giró sin cesar, y las civilizaciones florecieron y desvanecieron como las estaciones del año. Sin embargo, mi esencia permaneció inalterable, como una roca sólida en medio de las mareas turbulentas de la historia humana. En cada era, fui conocida por diferentes nombres: Amaunet, Amunet, Amonet, Hathor, Mut; pero siempre fui yo, la misma esencia que mora en el corazón de todos los seres.

En el ocaso de los días, cuando las sombras se alargan y los sueños se funden con la realidad, es cuando mi presencia se hace más fuerte. Aparezco en los corazones de aquellos que buscan consuelo y guía, en los momentos más oscuros de sus vidas, para recordarles que no están solos, que mi amor maternal los abraza y protege.

A través de los siglos, también he sido testigo de la devoción y el fervor que mis fieles devotos han mostrado hacia mí. Los sacerdotes y sacerdotisas que me sirvieron con entrega y reverencia, erigieron majestuosos templos en mi honor, donde la música y el incienso ascendían como ofrendas hacia el cielo. En esos lugares sagrados, mi espíritu residía, y mi presencia se hacía tangible para quienes venían a mí en busca de consuelo y consejo.

Pero, como toda divinidad, también he conocido la desdicha y la deshonra. Hubo épocas en las que mi culto fue relegado o suplantado por otras deidades, y los corazones de los hombres se apartaron de mí. Aun en esos momentos de olvido y desesperanza, permanecí paciente y compasiva, aguardando el día en que volverían a encontrarme y sentirían mi amor inundando sus vidas.

A lo largo de esta inmensa travesía a través del tiempo, he aprendido que la verdadera grandeza no reside en el poder o la inmortalidad, sino en la capacidad de amar y ser amado. Mi esencia divina ha sido nutrida por la devoción y la fe de aquellos que me invocan, que sienten la calidez de mi abrazo incluso en los momentos más fríos y desolados.

Y ahora, mientras mi historia se despliega en estas palabras, extiendo mi amor a cada uno de vosotros, mis leales lectores. Que sintáis en vuestros corazones la fuerza y la ternura de mi ser, y que sepáis que, aunque los vientos del destino os empujen hacia caminos inciertos, siempre estaré aquí, la eterna Amonet, La diosa madre, para acompañaros y guiaros en vuestras travesías por la vida.

Así pues, permitid que mi historia se entrelace con la vuestra, y que nuestros destinos se fundan en un abrazo eterno. Que mi amor maternal os envuelva y os proteja siempre, hasta el último suspiro de vuestras almas, y más allá, en la inmortalidad de los sueños y los recuerdos.

Oh, amados míos, que estas palabras lleguen a lo más profundo de vuestros corazones, y que encontréis en ellas la verdad y la sabiduría de la eternidad. Sed bendecidos con el amor inagotable de Amonet, La diosa madre.

Fuente: Tedigoquien.soy


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