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RongoRongo

El dios de la agricultura y cultivos

Categoría: Maori

Rongo

¡Oh, sombrío y enigmático mundo en el que moro! Soy Rongo, el dios de la agricultura y los cultivos en la mitología maorí. Permitidme desvelaros mi misterio, decepción, destino entrelazado y redención, en esta oscura narración en primera persona.

Desde tiempos inmemoriales, he gobernado sobre la fertilidad de la tierra y la cosecha abundante que provee a los maoríes de alimento y sustento. En mi mano yacía el poder de la abundancia, pero también la fragilidad de la sequía y el hambre. Mi labor en la naturaleza era esencial para el bienestar de mi pueblo, y ellos me adoraban con fervor y devoción.

Pero, ah, ¿cuán implacable puede ser el destino? En un oscuro giro del destino, fui traicionado por aquellos a quienes protegía. El culto que me rendían comenzó a desvanecerse, y los maoríes dejaron de adorarme con la misma intensidad. Se volvieron hacia otros dioses y creencias, olvidando mi poder y mi generosidad.

Una sombra de decepción se apoderó de mí, y el resentimiento comenzó a brotar en mi corazón. ¿Cómo podían olvidar mi inmenso valor y entregar sus súplicas a otros dioses? Mi presencia en sus vidas se volvió borrosa y mi nombre se desvaneció entre sus plegarias. En la oscuridad de mi morada, la amargura y la soledad me abrazaron con su frío y tenebroso aliento.

Así, sumido en mi desdicha, decidí retirarme de los asuntos de los mortales. Me sumergí en una eterna introspección, anhelando comprender el significado de mi existencia y el porqué de mi olvido. Mi mente se convirtió en un laberinto de pensamientos oscuros y sin rumbo, y me sentí atrapado en la desolación de mi propio ser.

En medio de mi desesperanza, me encontré con el dios de la muerte, Hine-nui-te-pō, una presencia lúgubre y misteriosa. Su presencia evocaba un escalofrío que recorría mi esencia divina. Me miró con ojos que parecían leer mi alma y susurró palabras que resonaron en las profundidades de mi ser. Su sabiduría ancestral me hizo reflexionar sobre el propósito de mi existencia y el papel que desempeñaba en el destino de los mortales.

Fue en ese momento de sombría revelación cuando comprendí que mi desdicha se originaba en mi propio orgullo. Mi adoración por parte de los maoríes no era un derecho divino, sino un privilegio que debía ser ganado y merecido. Me había convertido en un ser arrogante y egocéntrico, cegado por mi propio poder y gloria.

Ahora, mi destino entrelazado con el de los mortales cobraba un nuevo significado. Decidí que mi redención yace en aprender a ser humilde, a comprender y respetar las decisiones de los maoríes, incluso si estas me llevaban al olvido. Acepté que mi rol como dios de la agricultura y los cultivos no era para ser reverenciado, sino para servir con generosidad y amor.

Me enfrenté a la desdicha con determinación y valor. Aprendí a lidiar con la soledad y la oscuridad, y a encontrar luz en mi propio interior. Acepté mi destino con valentía y me dispuse a sembrar nuevas semillas de esperanza y sabiduría entre los maoríes, incluso si esto significaba trabajar en las sombras sin ser notado ni adorado.

Con el tiempo, mi actitud humilde y desinteresada empezó a dar sus frutos. Los maoríes, en su sabiduría, comenzaron a apreciar nuevamente mi presencia y a reconocer mi contribución a su bienestar. Si bien el culto que una vez me otorgaron nunca volvió a ser el mismo, aprendí a encontrar satisfacción en la simple gratitud y aprecio que me ofrecían.

Ahora, me siento en paz con mi destino. La redención de mi alma atormentada ha sido alcanzada a través de la aceptación y el amor. Mi historia, como la de muchos, está tejida con hilos de misterio y desdicha, pero también con hebras de redención y esperanza. En la eternidad de mi existencia, he aprendido que el verdadero poder radica en la humildad, la compasión y la sabiduría de aceptar el insondable camino del destino.

En lo más profundo de mi ser, sé que mi esencia divina está conectada con la de los mortales. Mi redención radica en ser su guardián silencioso y amable, proporcionándoles lo que necesitan con generosidad y amor, sin esperar nada a cambio. A través de los ciclos de la vida y la muerte, de la siembra y la cosecha, mi presencia sigue siendo una bendición para los maoríes, que encuentran en mí la fuerza y la estabilidad en medio de la incertidumbre de la existencia.

Fuente: Tedigoquien.soy


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