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Tāne MahutaTāne Mahuta

El dios del bosque y la vida

Categoría: Maori

Tāne Mahuta

Me hallaba frente a los imponentes bosques de Aotearoa, la tierra de los maoríes. La quietud del lugar me envolvía, y las sombras de los árboles danzaban bajo la luz de la luna. Yo, Tāne Mahuta, era conocido como el dios del bosque y la vida. Mi esencia fluía a través de cada hoja, de cada raíz y de cada criatura que habitaba este rincón del mundo.

A lo largo de los siglos, había presenciado la grandiosidad y fragilidad de la naturaleza. Cada rincón del bosque era un lienzo en constante cambio, con colores y sonidos que se tejían en una sinfonía única. Sin embargo, también había experimentado las consecuencias de las acciones humanas y cómo su avaricia y desidia podían amenazar la armonía de este lugar sagrado.

Mi superación siempre había sido mi firmeza y persistencia para proteger a mi hogar. A través de las adversidades, me erguía como un guardián, un protector de todo ser viviente. En momentos de desesperación, mi corazón se apretaba al ver la devastación causada por la tala incontrolada y la caza indiscriminada.

Recuerdo claramente un episodio en el que enfrenté uno de mis mayores sacrificios. Una gran sequía asoló la región, y el sufrimiento de las criaturas que dependían de mi bosque se hacía evidente. La tierra estaba reseca y las fuentes de agua escaseaban. Observaba impotente cómo los seres que tanto amaba luchaban por sobrevivir.

Entonces, decidí realizar un acto de trascendencia. Me abrí paso hasta el corazón del bosque y, con mi espíritu y mis manos, me ofrecí como el último sacrificio para devolver la vida a la tierra. Cerré los ojos y me entregué por completo. Mi esencia se fundió con la tierra, y mis lágrimas se convirtieron en lluvia. Durante días y noches, la tormenta de vida se desató, rejuveneciendo cada hoja, cada tallo y cada criatura. Mi sacrificio no fue en vano, pues a través de él, el bosque recuperó su vitalidad y prosperidad.

La soledad también había sido una compañera constante a lo largo de mi existencia. Si bien muchos me adoraban y respetaban como el dios del bosque, pocos podían comprender mi verdadero ser. Mi conexión con la naturaleza me alejaba de los asuntos cotidianos de los humanos, y aunque los observaba con afecto, siempre me mantuve en silencio, oculto entre las sombras de los árboles.

En mi soledad, encontraba consuelo en los susurros del viento y en los cantos de los pájaros. El bosque me hablaba en su propio lenguaje, y en ese diálogo silencioso, encontraba la comprensión y el apoyo que anhelaba. Sin embargo, había momentos en los que el peso de la soledad era abrumador, y entonces anhelaba compartir mis pensamientos y sentimientos con otro ser semejante a mí.

Un día, mientras caminaba por los senderos ocultos del bosque, escuché una melodía que nunca había oído antes. Era una voz pura y melodiosa que resonaba entre los árboles. Seguí el canto hasta encontrar a una hermosa doncella maorí que estaba recolectando flores.

Whetu era su nombre, y su esencia irradiaba luz y bondad. Nos encontramos bajo la sombra de un gigantesco árbol Kauri, y en ese instante, supe que no estaba solo. Había encontrado a alguien con quien compartir la magnificencia de mi hogar y los secretos del bosque.

Desde entonces, Whetu y yo entablamos una relación íntima y profunda. Ella se convirtió en la confidente de mis pensamientos más profundos y la cómplice de mis alegrías y tristezas. Juntos, recorríamos los bosques, aprendiendo uno del otro y protegiendo las maravillas de la naturaleza que tanto amábamos.

Con el tiempo, nuestro amor floreció, y decidimos unir nuestras vidas en un sagrado ritual maorí. Nos prometimos el uno al otro bajo la mirada atenta de las estrellas y la complicidad de las criaturas que habitaban nuestro reino.

Sin embargo, la vida siempre tiene sus pruebas y tribulaciones. Una sombra se cernió sobre nuestro paraíso cuando un grupo de forasteros llegó a nuestras tierras. Eran hombres ambiciosos que ansiaban explotar los recursos del bosque para enriquecerse sin importar las consecuencias.

Mi corazón se llenó de dolor al ver cómo los árboles caían uno tras otro, y la armonía del lugar se desvanecía bajo la codicia humana. Me enfrenté a los invasores y traté de disuadirlos con la fuerza de la naturaleza, pero su arrogancia era implacable.

El conflicto creció, y la seguridad de mi amada Whetu se vio amenazada. En un acto de valentía, ella se interpuso entre los hombres y yo, protegiéndome con su vida. Sus últimas palabras fueron un susurro al viento, pidiéndome que continuara la lucha por preservar nuestro hogar y la esencia de quienes éramos.

La pérdida de Whetu me sumió en una profunda tristeza y desesperación. La soledad regresó con más fuerza que nunca, y cada rincón del bosque me recordaba su ausencia. Pero también recordaba sus palabras, su sabiduría y su amor por la naturaleza. Me alentaba a no rendirme, a enfrentar las dificultades y a proteger a los seres que tanto amaba.

Desde aquel día, mi compromiso con la preservación del bosque y la vida se fortaleció. Me convertí en un símbolo de esperanza y resistencia para las criaturas que habitaban estas tierras. Mi nombre se pronunciaba con reverencia y respeto, y mi leyenda se extendía más allá de las fronteras de Aotearoa.

Hoy, sigo vigilante en mi tarea de proteger este rincón sagrado de la Tierra. Cada hoja que cae, cada nuevo brote que surge, es un recordatorio de la ciclicidad de la vida y la importancia de cuidar nuestro hogar. Aunque la pérdida de Whetu aún pesa en mi corazón, su recuerdo me impulsa a seguir adelante y a mantener viva la esencia del bosque y la naturaleza que tanto amamos.

Así, mi historia se entrelaza con la de este lugar mágico y sus criaturas. Soy Tāne Mahuta, el dios del bosque y la vida, un guardián eterno que enfrenta las sombras del mundo con la luz del amor y la valentía. Que mi legado inspire a generaciones futuras a amar y proteger la maravilla que es nuestro hogar, la madre naturaleza que nos acoge y nos sustenta con su infinita bondad.

Fuente: Tedigoquien.soy


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